Intuición...¡Qué bonito nombre tienes!



Einstein decía que la única cosa realmente valiosa es la intuición, que la mente intuitiva era un regalo sagrado y la mente racional, un leal siervo. 
Hemos creado una sociedad que honra al siervo olvidándose por completo del regalo. 

Sí, ya sé que las frases de Einstein están muy manidas y que estamos un poco saturados de escucharlas, pero es que era muy inteligente e invita a pensar, y no solo tenía  inteligencia lógica y racional, sino creativa e intuitiva, cualquiera no desarrolla la teoría de la relatividad  :-)

A mí me gusta mucho esta reflexión suya porque creo que encierra mucha verdad, la intuición, no solo es un regalo, es una necesidad, es vital.

Pero…¿Qué es la intuición? ¿Escuchar al corazón?

Para mí es algo más, no es solo lo que te dice tu alma es, además, una especie de premonición, es una sensación de certeza de lo que puede pasar, una imagen, un pensamiento y un sentimiento que dura muy poco pero que se presenta con mucha claridad, conlleva mucha lucidez mental y profundidad emocional.

Es saber algo sin saber por qué lo sabes, es sentir que debes o no debes meterte en eso que tienes en la mente sin que haya un razonamiento lógico que lo sustente.

Creo que es cierto que vivimos en una sociedad en la que la educación potencia el pensamiento lógico y racional y no ayuda a desarrollar la intuición.

Y no considero, en absoluto, que uno vaya en detrimento del otro ni que sean opuestos, no,  ambos se complementan a la perfección, los dos son necesarios.

Nos enseñan a pensar, a reflexionar, a saber inferir y deducir, pero no nos educan a mirar dentro, a sentirnos de verdad, a desarrollar ese silencio interior tan necesario para poder ver con claridad.

Y eso se entrena, a menudo escuchamos esa persona es intuitiva y no sé si hay un componente genético, lo que sí sé es que puede desarrollarse. 

Para escuchar esa voz interior hay que estar en calma porque, si no, los ruidos internos la distorsionan y podemos confundir la intuición con lo que queremos, con lo que tememos o, incluso, con lo que quieren o temen los demás.

¿Cómo conseguir esa calma interna? Entrenando la atención, la mirada, aprendiendo a estar donde estamos, a fijarnos en lo que hacemos, a observar… despertando nuestra curiosidad. 

Pero… ¿Cómo se hace? Pues poco a poco, sin exigirnos demasiado, con mucha paciencia…creo que la sencillez es lo más difícil de alcanzar. Rescatando nuestra atención y trayéndola al presente cada vez que tomamos consciencia de que nos hemos ido a otro lugar. 

No prestamos atención a lo que hacemos porque consideramos que no es interesante, pero no nos resulta interesante precisamente porque no prestamos atención. 

Cuando observamos, cuando miramos como si fuera la primera vez, descubrimos que los sentidos se amplifican, que la realidad se expande y que cualquier experiencia puede alcanzar una profundidad que no sabíamos que existía y que, además, es real.

El secreto, siempre, está en la mirada, la belleza, en los ojos del que mira y el amor, en nuestro corazón. Vemos las cosas como somos, no como son.

Entrenar la mirada y llenarla de curiosidad, tener la actitud de dejarnos sorprender, estar abiertos a encontrar cosas maravillosas en nuestra cotidianidad es la mejor manera de llenar nuestra vida de color, magia, ilusión y autenticidad.

No creo que las personas que más disfrutan de la vida y que han aprendido a vivir de verdad tengan más suerte que los demás, sino que han aprendido a explorar, a dejarse sorprender, a saber y sentir que, en cualquier momento y lugar, cualquier cosa puede suceder. 

Cuando crees que algo es posible, puedes verlo, si no barajas esa posibilidad, da igual que se te presente delante con toda claridad, no podrás verlo, jamás.




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