La teoría de las ventanas rotas



"Si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas. La ventana rota envía un mensaje: aquí no hay nadie que cuide de esto". Podéis leerla entera aquí.

En el campo de la psicología invita a reflexionar acerca del cuidado de uno mismo, las relaciones y de su entorno. 

Yo, además, vengo observando algo que me produce muchísima tristeza y que creo que está relacionado. También nos comportamos así con las personas. Y en este punto creo que debería ser, en cualquier caso, todo lo contrario.

Cuando conocemos a alguien que está roto, todos lo estamos un poco, me refiero en ese momento, con la herida aún abierta y visible, que se percibe y se siente aunque no queramos, tendemos a tratarle con menos consideración. Quizás pensemos, de manera inconsciente, total, como ya está roto no importa un poco más, o, quizás, la actitud de la propia persona permita ciertos comportamientos ajenos que un estado de mayor fortaleza no consentiría. O, tal vez, sea una mezcla de las dos cosas.

Lo que sí sé es que ocurre, y con frecuencia, y que debiendo tratar, por defecto, a todas las personas con muchísima consideración, a las que percibimos heridas deberíamos tratarlas con más cuidado si cabe. Y, a menudo, no es así.

Y quiero compartir esta reflexión porque me parece importante. No somos edificios o cosas con ventanas que se puedan reparar y quedar igual. No, somos seres humanos, y cuando se nos daña no quedamos igual, jamás. Podemos reponernos, incluso “utilizar” ese dolor para crecer, fortalecernos y aprender, de nosotros, de la vida, de los demás, pero esa herida, con el tiempo cicatriz, estará ahí, y dolerá, cuando la vuelvan a tocar, cuando sintamos el frío del miedo y la soledad, la humedad de la tristeza y de la desilusión, la volveremos a sentir, puede incluso que se vuelva a abrir.

Creo que, a menudo, infravaloramos el efecto de nuestros actos. No somos conscientes del poder que tenemos con nuestro quehacer diario de impactar en la vida de los demás. 

Una sonrisa en la vida de una persona triste puede cambiarlo todo, unos minutos de conversación auténtica pueden hacer que alguien deje de sentirse solo, un café o una comida sincera pueden cambiar el estado de ánimo de una persona, sentirse un poco menos extraña, un poco menos rara. 

Estamos tan ocupados pensando en realizar actos heroicos, que a veces nos olvidamos de la importancia que tiene lo cotidiano. Y no hay grande sin pequeño. No es posible.

Si realizas acciones grandiosas pero te olvidas de las pequeñas, creo que las primeras dejan de tener valor. 

Las grandes gestas no tendrán continuidad si no están sustentadas por una red de bondad, amabilidad, cercanía y entrega cotidiana. Nada puede sembrarse, cambiarse, ni crecer en una sociedad que no valora el día a día, a cada persona en particular, cada momento en especial.

La sociedad la hacemos todos y es responsabilidad de todos poder cambiarla, empezando por uno mismo, luego con nuestro entorno más cercano, y así, poco a poco, podemos ir ampliando. De hecho, si todos y cada uno de nosotros nos ocupáramos de dar lo mejor cada día, con cada persona con la que nos relacionamos, no sólo con las que nos gustan y nos resulta fácil, sino con las que nos cuesta más, con las que están rotas y necesitadas, con las que a veces no es tan apetecible estar, quizás no harían falta mucha de las grandes acciones que anhelamos realizar.

Pero nos atrae más lo grande porque es más vistoso, y es porque nos olvidamos del efecto bola de nieve que tiene todo lo que hacemos, para bien y para mal. Mis acciones impactan es otra persona, esta a su vez, según su estado de ánimo, actuará de una u otra manera, que afectará a una tercera…y así en cadena.

Nada de lo que hacemos es insignificante, todo tiene consecuencias, quizás no lo veamos o sintamos en ese momento, tal vez nos desentendamos, pero todo comportamiento nuestro impacta a nuestro alrededor. Hagamos que este impacto sea positivo, aunque a veces nos cueste, aunque en ocasiones nos de pereza. Responder con amabilidad a una persona que lo está pasando mal puede marcar la diferencia, no hacerlo también.

Recordemos que todos somos betadine, algodón, lija o raspón; heridas y cicatrices también. Cuidémonos y curémonos unos a otros un poquito, que ya bastante dura es la vida a veces, con sus imprevistos, como para hacérnosla más difícil nosotros con nuestra dejadez, pereza o impasibilidad ante el dolor ajeno.

Claro que es más apetecible estar con alguien alegre, rebosante de vida, de ilusión y de optimismo, seámoslo nosotros. Demos luz a los demás en vez de buscar que nos la den, quizás así, podamos iluminar muchos rincones maravillosos que están en la más absoluta oscuridad y en la quietud más silenciosa porque no son capaces de andar.

Quizás algún día seamos nosotros los que nos hundamos en la ceguera, quizás en algún momento no tengamos fuerzas para caminar, la vida da muchas vueltas, no juzguemos a nadie de débil, apático o indolente. No sabemos todo lo que le ha ocurrido para llegar allí. Pero si podemos de alguna manera contribuir, hagámoslo y, a ser posible, con amor.

Creo que un mundo mejor es factible, pero solo desde lo pequeño, desde nuestra mejora y superación diaria, ocupándonos de lo que no se ve, de lo que nadie alaba ni premia, sólo por el placer de dar lo mejor. Si esperamos reconocimiento o recompensa, quizás no estamos en la senda correcta….





Comentarios

Entradas populares